Una de las formas de tomar consciencia de la edad que se va teniendo y de cómo pasa el tiempo, es cuando, para hacer limpieza de papeleo inútil, se revisan las fechas de caducidad de las garantías de los artículos electrónicos o de otra índole adquiridos.
Abro la
carpeta de marras y descubro, por ejemplo, que el ordenador con el que tecleo
estas letras tiene ya once años. Y parece que fuera ayer. Vas pasando más páginas
del clasificador y compruebas lo mismo con la televisión, con el taladro, con
los ventiladores de techo, con la cámara de fotos, con el Kaláhsnikov 47 de IKEA…
Llegado a un
punto, me da la sensación de que me voy a encontrar, entre tanta garantía
vencida, el vencimiento de mi propia garantía/fecha de caducidad. Qué mal rollo
¿eh?
Menos mal
que no tengo gatos susceptibles de ponérseme en la testa para analizar lo que
tengo dentro y diñarla dos horas después.
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