domingo, 9 de enero de 2022

SESENTA

 Dormitaba plácidamente en el medio acuoso de mi universo, reducido pero confortable. Del mundo exterior, solo sonidos amortiguados, algunos agradables, pero en su mayoría inquietantes o molestos, y luces teñidas de rojo, como atenuadas por telas de tul que oscilaban movidas por una suave brisa. Estaba sumido en un estado placentero y no tenía interés alguno por averiguar lo que había fuera.

Pero de pronto, el confortable medio acuoso se desvaneció, precipitándose por una especie de desagüe vertical, y unas fuerzas extrañas se empeñaron en expulsarme de mi particular edén, contracciones feroces que presionaban hacia el exterior con ánimo de desterrarme. Mas, yo me resistía y me aferraba a las paredes con uñas y sin dientes, pues todavía no tenía. Mi primera palabra fue, coño.
En el exterior, los sonidos inquietantes se hicieron más notables. Destacaba uno que sonaba así; ¡¡Empuja, empuja!! Las fuerzas extrañas parecían recuperar energías al escuchar esa especie de mantra ¡¡Empuja, empuja!! Pero no eran suficientes para conseguir que yo cejara en el empeño de permanecer en el lugar que consideraba mi territorio.
Hubo un momento de calma tensa en el que dejé de escuchar eso de ¡¡Empuja, empuja!! Pero oía otro sonido no menos inquietante, metálico, como el tintineo de una espada al rozar con su vaina. De pronto, una luz cegadora procedente del exterior, irrumpió por el mismo lugar por el que se fue el medio acuoso en el que pocas horas antes flotaba plácidamente. Una fría corriente de aire, propia del mes de enero, me encogió las pelotas, sensación extraña y desagradable que se repetiría demasiadas veces en los años sucesivos, pues aún no sospechaba que sería buzo. A continuación, irrumpieron dos artilugios metálicos semejantes a raquetas de tenis pero sin redecilla, y me atraparon con saña la cabeza.
Volví a escuchar de nuevo ¡¡Empuja, empuja!! y unos gritos espantosos de la madre que parió, nunca mejor dicho. Instantes después me vi colgado boca abajo de forma humillante, y un mal bicho al que llamaban matrona, me apalizó las nalgas para intentar hacerme llorar. A partir de ahí empezaron los problemas propios de lo que denominamos vida, aunque entre problemas y problemas subyazcan algunas satisfacciones.
De aquello, sesenta inviernos de calendario, año MCMLXII como escribiría un romano. Yo cabeza abajo, y en La Habana, Cuba y La Unión Soviética firmando un protocolo para intercambiar 60 millones de dólares durante ese año, antesala de la crisis de los misiles. Y es que, en la delgada línea de las crisis me he bandeado siempre, eso sí escapando por los pelos. Por cierto, hay que ser gilipollas para celebrar cumpleaños en edad adulta.
 

 

 

 

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