TATADIOS
Unas veces toca un gato, otras un
perro y otras un bicho tan feo como este, porque los feos también tienen
derecho a tener su oportunidad. Salí al balcón a recoger ropa tendida y me lo
encontré en el suelo acarajotado por las bajas temperaturas. Le entré por
estribor, y el teresiano, como si tuviera un radar por cabeza, la giró 90º y me
miró en plan, no me fastidies cabrón.
¿A dónde vas tatadiós? Le
pregunté. A dónde cojones quieres que vaya con este frío, me respondió ¿No ves
que apenas me tengo en pie para rezar? Acto seguido volví a entrar en casa para
coger la cámara y dar testimonio del peculiar insecto.
Aquí estoy otra vez tatadiós. De
nuevo dirigió la mirada hacia mí como diciendo, está visto que, en el mejor de
los casos, me vas a tocar los cojones un rato.
Hombre tatadiós, no te pongas
así, solo te voy a pegar un fogonazo a bocajarro con el flash para guardar un
recuerdo y después veremos qué hacemos contigo, porque no parece que estés muy
cómodo en este erial de gélidas losas.
Venga va, respondió, dispara ya
cojones, que estoy jiñado de frío y a este paso preferiría que me devorase una
hembra aunque fuese sin las preliminares del fornicio.
Así que le pegué el fogonazo y
acto seguido lo cogí con delicadeza y lo posé en las ramas del falso pimiento
que hay junto al balcón, ese que como no poden pronto, acabará haciéndose un
sitio en nuestro dormitorio.
Antes de decirle adiós al
tatadiós, le hice otra foto encaramado en la rama, verde que te quiero verde
como él. El camuflaje era tan perfecto, que por un instante perdí la referencia
de donde lo coloqué. El tatadiós volvió a girar la testa 90º como diciendo vete
a saber qué. Lo mismo, lejos de hacerle un favor, lo jodí más de lo que estaba,
pues andaba flojo de remos, y si se precipitaba al suelo, había un gato curioso
que no paraba de mirar hacia arriba. Si no era el gato, tal vez fuese la
granizada que cayó poco después. Esa manía que tenemos los humanos de meternos
donde no nos llaman, impidiendo que la naturaleza provea con su selección
natural. Si los humanos siguiésemos esas leyes naturales, quizá no habría tanto
gilipollas jodiendo la especie.
Me vino al recuerdo otro tatadiós
al que libré de una muerte segura a manos de unos topógrafos, que al verlo
dentro de la oficina, posado sobre un teclado de ordenador, entraron en pánico
y no paraban de gritar ¡¡Matá ar bisho¡¡ ¡¡matá ar bisho!! Todo porque el pobre
era feo de cojones, y su aspecto provocaba pavor. Aquello fue en la obra de la
termosolar de Morón.
Lo cogí a tiempo de evitar el
linchamiento, mantuve una breve conversación en idioma pawnee para pedirle
disculpas en nombre de mi especie (acto que fue grabado por Néstor), y después
lo liberé como al tal Willy, dejándolo al amanecer sobre un palé de material de
obra. También le hice un par de fotos, un contraluz hacia el sol naciente de
morolandia, donde por cierto, en invierno también hace un frío de tatadiós.
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