EL NIÑO DE HIELO Y LOS NIÑATOS DE
MANTEQUILLA.
Se llama Wang Fuman y lo han
bautizado en las redes como el niño de hielo. Tiene ocho años, vive en Yunnan, en
una zona fronteriza con el Tíbet, y cada día tiene que recorrer caminando más
de cuatro kilómetros para llegar a su colegio rural, una hora de caminata de
ida, y otra de vuelta, una caminata infernal. Ha trascendido en los medios
porque su profesor le hizo una fotografía cuando llegó a su clase con síntomas
de congelación, tras afrontar temperaturas de 9º bajo cero, temperaturas que
son habituales en la zona.
Pero ni la distancia, ni las
bajas temperaturas, ni la carencia de ropa adecuada, disuaden al pequeño para
ir a estudiar. Tiene ocho años, pero tiene manos de octogenario por las
reiteradas lesiones provocadas por las congelaciones. Las veo en una
fotografía, las tiene apoyadas sobre un examen de matemáticas puntuado con un
99 sobre 100. Quizá, al trascender su historia, su suerte cambie para bien,
aunque con esta sociedad tan proclive al efecto gaseosa, nunca se sabe.
Ahora voy a contar otra historia paralela, también de actualidad. Son tres o cuatro, no sé cómo se llaman ni tengo interés en saberlo. Subieron con un todo terreno muy guais hasta el Angliru (Asturias) para fardar de coche y de aventura. Una nevada los pilló en bragas, y pese a que estaban bien alimentados y apenas distaban cuatro kilómetros cuesta abajo de un lugar en el que podían refugiarse y comer caliente, optaron por llamar al 112 para que les “rescataran”, porque “están en su derecho”.
Son jóvenes, de manos cuidadas a
base de cosmética, van a la moda. Los veo en una fotografía en la que están
sentados en un coche de alta gama con asientos de cuero. Al trascender su
historia, para unos han quedado como auténticos gilipollas, y para otros, tan
gilipollas como ellos, han quedado como víctimas de un estado opresor en el que
hay “ciudadanos de segunda” eso sí, con todo terrenos de primera. Probablemente
no hayan aprendido la lección y serán gilipollas toda su vida, pero son
gilipollas con suerte y con derechos.
Menudo contraste, como de la
noche al día.
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