LA AGONÍA DEL “ADRIANO TERCERO”,
AGONÍA DE UN PATRIMONIO.
El “Adriano Tercero” popularmente
conocido como “El vaporcito de El Puerto” era una pequeña motonave botada en
1955 en los astilleros de San Adrián (Vigo), la última de la saga de estas embarcaciones
perteneciente a Motonaves Adriano S.L. que cubrió la línea marítima entre El
Puerto de Santa María y Cádiz. Operaron desde principios del siglo XX, hasta el
30 de agosto de 2011, fecha en que súbitamente esta pequeña naviera cesó su
actividad en tristes circunstancias. Las motonaves antecesoras fueron el
Adriano I y el Adriano II, siendo la tercera motonave la vencida, nunca mejor
dicho. Mis vínculos con el vaporcito los relataré en otra ocasión, ahora prefiero
centrarme en el mollar de la cuestión, bastante penosa por cierto.
El vaporcito – en realidad
impulsado por un motor diésel - cubría con dignidad la línea entre El Puerto y
Cádiz, pero los tiempos cambian determinados por eso que denominan progreso, y
a partir del 2006 le salió una dura competencia, pues se inauguró la línea de
catamaranes del Consorcio de Transportes de la Bahía de Cádiz, más rápidos y
eficientes, aunque menos pintorescos y con menos historia. Con todo, el
vaporcito seguía siendo un activo de cara al sector turístico, y de hecho fue
declarado BIC (Bien de Interés Cultural) en 1999, pero de poco le serviría.
El 13 de julio de 2010 me crucé con el Adriano III mientras realizaba una batimetría en aguas de la bahía a bordo de la embarcación "Carla". Era mediodía y el vaporcito se dirigía hacia Cádiz. Saqué la cámara y disparé una secuencia de fotos sin imaginar que al verano siguiente acabaría hundiéndose en su puerto de destino.
El 30 de agosto de 2011, el
Adriano III navegaba rumbo al puerto de Cádiz realizando el penúltimo turno de
la jornada. Era una tarde tranquila y soleada que para nada hacía presagiar
una catástrofe, hasta que entrando por la bocana del puerto, sorprendentemente colisionó
de proa contra la escollera del espigón de la antigua desgasificadora, golpe que dañó la obra viva y provocó una vía
de agua. El patrón consiguió navegar con la motonave herida de muerte los 1400
metros que le faltaban para llegar al muelle Reina Victoria, y allí pudieron
evacuar con tiempo a las 80 personas y tres tripulantes que viajaban a bordo,
tras lo cual el Adriano III se fue a pique de proa sobre las seis de la tarde,
a pesar de la intervención de los bomberos que nada pudieron hacer con las
bombas de achique.
Las causas de la colisión no
estaban claras, o tal vez sí. El patrón declaró que tuvo problemas con el
timón, pero algunos pasajeros denunciaron que iba dormitando o distraído. Lo
que estaba claro es que el patrón, que debía haber entrado pegado a la Punta de
San Felipe dejando la roja por babor bien lejos, se fue directo hacia ella
pegando el costalazo.
El Adriano III deshecho en el deshecho Varadero del Guadalete (El Puerto de Santa María) 30 octubre de 2016.
Para ser un BIC no se dieron
mucha prisa en reflotarlo, el famoso vaporcito permaneció veinte y ocho días
hundido en la dársena, pegado al cantil del muelle Reina Sofía. El 27 de
diciembre fue reflotado y trasladado al astillero de Navantia en San Fernando,
donde no hicieron nada con él, y el 28 de noviembre fue trasladado al Varadero
del Guadalete, en El Puerto de Santa María, con la promesa de que le meterían
mano para que estuviera reparado con el fin de que pudiera realizar su primer
viaje coincidiendo con el Bicentenario de la Pepa.
La Pepa… era como si la Pepa lo
fuese a poner todo en marcha, la Pepa iba a ser la pera, pero todo quedó en
agua de borrajas, pues el puente homónimo no se concluyó en los plazos
previstos, y los plazos para reparar el vaporcito tampoco se cumplieron, es
más, ni siquiera le metieron mano. Los
carpinteros de ribera manejaban unos plazos de entrega que no se ajustaban con
los del armador de Motonaves Adriano, y acto seguido, el barco cambió de
propietario. Éste prometió que sería reformado y adaptado con nuevos adelantos,
que cubriría los puestos con los antiguos tripulantes, que navegaría en la
primavera del 2012, y blá, blá, blá... Pero llegó el 2014 y el Varadero del Guadalete se cerró y demolió el con el Adriano III
confinado en su interior tal cual aparece en las fotos, dejado como un proyecto
inviable por un atajo de incompetentes.
El puente del Adriano III, la que fuera atalaya a la bahía, durante más de treinta años, de "Pepe el del vapor". Los restos parecen , más que lamentarse, maldecir. El que fuera el vaporcito, se ha convertido en una una especie de holandés errante varado en un triste solar.
En febrero del 2016 decidieron desguazar
al BIC, esto es, decidieron pasar del patrimonio, por muy histórico que fuera,
por muy vinculado que estuviera a la historia de la bahía de Cádiz en general,
y de El Puerto de Santa María en particular. En el lote del olvido también
entró el Varadero del Guadalete, el último que quedaba, y los carpinteros de
ribera, profesión que también debería considerarse BIC, como sucede en países
como Francia o Inglaterra, donde en vez de poner siglas de bolígrafos baratos
de cara a la galería, se emplean a
fondo para conservar su patrimonio histórico. Aun así, ni siquiera han sido
capaces de cumplir los plazos para darle la escodada final al vaporcito, para
destruirlo sin más, pues a fecha de hoy, a primeros de noviembre de 2016, ahí
sigue su triste estructura.
No fue el patrón el que mandó a
pique ese museo vivo, aquello fue un accidente incruento que se hubiera
resuelto taponando una vía de agua al día siguiente, no a los 28 días, fue la
desidia de los que podían haber hecho algo por el BIC y no hicieron nada. Fue
en vano que en su día Paco Alba escribiera la letra y la música “Hombres del
mar” dedicada al insigne vaporcito, o que el mismo Rafael Alberti se hiciera
por unos instantes con la rueda del timón, cedida por “Pepe el del Vapor”, Don José
Fernández Sanjuán, el que fuera patrón legendario de la motonave cuyo rostro aún
recuerdo. Marino de los de antaño, marino hasta su fallecimiento en julio de
1998 cuando contaba 89 años, ya que, aún jubilado, seguía subiendo a bordo para
hacer las travesías, pues como él aseveraba, era lo que le daba la vida. Pepe
el del Vapor, medalla al Mérito Naval, el patrón que vestía de luto permanente porque
tuvo la desdicha de sobrevivir a una hija, al menos se ahorró conocer el triste
final de su barco, algo que quizá lo hubiera matado.
Vista de popa del barco en el solar baldío del Varadero del Guadalete.
El caso es que allí yace el
cadáver del Adriano III, en un varadero cadáver, en un pueblo cadáver, despojado
sistemáticamente de su historia, despojado de su flota pesquera, de sus motonaves,
de sus varaderos, de sus carpinteros de ribera, de sus bodegas, algunas de
cuyas fachadas se caen en pedazos, de sus yacimientos arqueológicos poco
mimados como el aparecido en el lugar en el que hubo otro varadero, el de
Pastrana, en la zona del Corribolo junto al puente de la N-IV y la línea de
ferrocarril, varadero cerrado en los ochenta a cuenta de la reconversión naval,
que más que fortuna, trajo penuria.
La agonía del Adriano III se ha
convertido en la metáfora de la agonía del patrimonio de El Puerto, y por
extensión, la agonía del patrimonio de España, mancillado día sí y día también
por gestores mediocres que solo entran en la política para saquear y abandonar
a su suerte aquello que no les reporta nada en su lucro personal, todo ello con
el consentimiento de una sociedad, la española, poco sensibilizada con su
historia, a menos que la cosa vaya de vinitos, tapitas y folclore.
El 1 de noviembre del corriente,
nos dimos una vuelta en el insípido catamarán de fibra de vidrio, más rápido y
eficiente, más seguro, pero menos pintoresco. Fuimos a Cádiz cubriendo el
trayecto en 25 minutos aproximadamente, frente a los 40 largos que tardaba el
vaporcito. Tanto a la ida como a la vuelta, pasamos frente al lecho de muerte
del Adriano, encaramado aún en el carro, único vestigio del varadero.
Vista del varadero tomada desde uno de los catamaranes que cubre actualmente la línea marítima El Puerto-Cádiz. Triste destino y una historia que empieza a desdibujarse en la memoria de los paisanos de un país sin memoria histórica, salvo para echar basura sobre ella.
Al regreso, una niña que iba a mi
lado lo señaló con el dedo y dijo, mira ese barco papá, y el padre, mirando con indiferencia respondió, sí, es un barco viejo, a la par que alguien bromeó replicando, es la casa de Chanquete, aquel personaje ficticio… Estuve a punto de
explicarles que aquel barco viejo no era cualquier barco, que no era el escenario
de una ñoña serie televisiva, que era ni más ni menos que el antecesor de la
insulsa nave en la que estaban a bordo, era nada menos que el vaporcito de El
Puerto, cualquier cosa… Pero pensé, para qué, si en el fondo a la mayoría de la
gente de este país le importa un carajo eso del patrimonio, una de las razones
por la que el vaporcito está hecho unos zorros. Estoy seguro que ese paisano,
que miró con desdén aquellos restos, solo pensaba en desembarcar para tomarse
la cervecita, las tapitas y que al “barco viejo”, que le den. Solo algunos extranjeros
centraron el objetivo de su cámara en el viejo cascarón y dispararon algunas
fotos, intuyendo quizá, que en su día debió ser lo que en realidad fue, una
motonave pequeña pero legendaria. Seguro que en su país no habrían permitido
que el vaporcito acabara así.
J.M. Arroyo
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