A merced de las olas, desde el otro lado del Estrecho, lleva tiempo varada en cierta punta de cierta playa. Incierto es el destino del pasaje forzado a huir por sus circunstancias. Es algo aterradoramente cotidiano, como la presencia de petacas de gasolina desparramadas por la costa, tiradas ya vacías por los que trafican indistintamente con drogas y con personas. Lanzan petacas por la borda, con la misma indiferencia que a las personas con las que trafican.
Frescura infantil. Por unos segundos participé de esa emoción, de esa alegría, de esas edades en las que el mundo y el tiempo se antojan infinitos, y las olas del mar, un juego de niños. Seguidamente se activó mi instinto adulto, curtido por los avatares de la vida. Las olas no son lo que aparentan, y la frescura puede trocarse por frio. El mundo está demasiado acotado y el tiempo se escapa entre los dedos como agua de mar. Como dijo aquel desalmado artillero de helicóptero; qué puta es la guerra.
