Por experiencia vital, he llegado a la conclusión de que quienes más dan, reciben menos, y quienes más piden, reciben más. Suele guardar relación con que a quienes más dan se les considera más fuertes, o más gilipollas, y quienes más piden, más débiles o con más jeta.
También sucede que los que más dan (o a quienes más exprimen) están tan ocupados en solucionar los problemas de los demás, que no tienen tiempo para pedir para sí mismos, o simplemente, de ocuparse de sus propios problemas. Por el contrario los que más piden, suelen estar tan ensimismados en su propio ombligo, que no caen en la cuenta de que los que dan, a veces necesitan, aunque solo sea que los dejen tranquilos.
Y es que el mundo se divide en dos tipos de personas. Los que dan hasta que les sacan el hígado, y los que reciben, hasta que el hígado que se han comido de los demás, con ajitos y fritada de patatas incluida, les sale por las orejas. Los que cavan, y los que tienen la pistola del chantaje emocional.
Así pues, que no me vengan con la falacia de que recibimos lo que damos, porque me voy a cagar en los muertos de alguien. Y de sembrar, que no me hablen, que lo que me faltaba es ponerme a arar el campo para que un hijoputa se coma mi cosecha de gratis. A la mierda el refranero zen de los cojones.
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