RECORDANDO NUESTRA BODA
Una
notable mayoría opta por casarse a lo grande, como estos del Rolls Royce Silver
Shadow, que además de ir en un Rolls, se casaron en la Alhambra de Granada, con dispositivo de seguridad, Magnum 45 en
funda incluida. Nosotros nos casamos a lo pequeñito, sin hacer ruido, un 18 de
mayo de 2007. La cosa discurrió tal que así:
El Puerto de Santa María
17-05-2007
19:00 h zulú, cinco horas menos
en alguna parte.
Acabábamos
de llegar de trabajar de la obra marítima de Algeciras. La boda por lo civil
era al día siguiente, a primera hora de la mañana, y aún no teníamos claro qué
nos íbamos a poner. Finalmente optamos por algo cómodo. Pantalón y camisa en
ambos casos. De peluquería, mi amada esposa con el pelo corto, y yo al cero,
para qué andarnos con tonterías. Nadie, salvo Gloria y Domingo, conocían
nuestras intenciones.
Villaluenga
del Rosario 18-05-2007
07:00
h
Salimos
de casa, ya vestidos para la ceremonia, y con material para patear la sierra en
una mochila. Lobita se hacía los últimos retoques en el coche, entre ellos, la
pintura de las uñas con una destreza y precisión apabullantes, considerando que
lo estaba haciendo con el coche en marcha. El vehículo nupcial, mi Montero
Sport 4x4 en teoría de color negro, y digo en teoría, porque no me dio tiempo
de lavarlo. Llevaba toda la polvareda y el salitre del trabajo. Ni flores, ni
lacitos, ni latas atadas al parachoques…
08:30h. O por ahí.
Llegamos a Villaluenga del
Rosario, una localidad ubicada en la serranía de Grazalema. Es el pueblo más
pequeño de la provincia de Cádiz (471 habitantes en la época, con una densidad
de 8 habitantes por kilómetro cuadrado) y el más alto topográficamente hablando,
con una elevación de 858 m sobre el nivel del mar. El Lugar perfecto para nosotros.
Llegamos con tiempo de sobra,
pues la boda civil en la Casa Consistorial, estaba programada para las 10:00h
local de Villaluenga y resto de la comunidad andaluza. El caso es que sentí la
llamada de la naturaleza, algo por otra parte normal porque era mi hora, así
que estacioné el coche en un sendero del monte que tenía a mano y aboné el
terreno en una loma, con la esperanza de que surgiera un pinsapo. Por supuesto,
siguiendo el procedimiento estándar para no dejar en la zona nada que no fuere
biodegradable. Aliviado y aseado como es debido, dimos un pequeño paseo por la
pequeña población para hacer tiempo.
LA
CEREMONIA. 10:00 h.
Nos casó el entonces alcalde
de la localidad, Alfonso Moscoso, del PSOE. Años más tarde, lo cazarían en la
carretera triplicando la tasa de alcohol, siendo sometido a un juicio rápido.
Posteriormente fue juzgado por supuestas injurias a su ex mujer. En fin, era lo
que había, no todo puede ser perfecto.
El
caso es que el señor Moscoso, con toda la cordialidad del mundo, las cosas como
son, ofició la ceremonia, teniendo por testigos a sus dos secretarias, y como
fotógrafo oficial, al jefe de la Policía Local del pueblo, jefe de sí mismo
pues era el único que había. El acto duró
diez minutos escasos, después de los cuales salimos por la puerta con
nuestras alianzas puestas. Unas limpiadoras que trabajaban en la entrada,
gritaron entusiasmadas, viva los novios, lo cual agradecimos con sonrojo. Al
parecer éramos la segunda pareja que se casaba en la historia del ayuntamiento
de ese pueblo.
EL
DESAYUNO. 10:15 h.
El estómago nos indicaba que
era hora de desayunar, así que nos acercamos al único bar que había en el
pueblo. Como no tenían máquina de café expreso, nos hicieron uno a la vieja
usanza, café de pucherete. Lo acompañamos con un par de rebanadas de pan de
pueblo, regado con aceite de la región, que compensó la mala calidad del café.
LA
FOTO OFICIAL. 10:40 h aprox.
Nos fuimos al mirador del
pueblo para hacernos la foto de marras. El fotógrafo fue la combinación de auto
disparador, el trípode y mi participación para encuadrar la escena y medir la
exposición.
LA
NOTICIA. 10:50 h aprox.
Llegó la hora de dar la buena
nueva por teléfono a la familia y a los amigos. Menuda sorpresa. Hubo de todo,
risas, silencios, estupefacción, alegrías... Lo normal en estos casos. Pero al
final todo fue por buen cauce y todo el mundo lo aceptó de buen grado,
respetando nuestro proceder.
EL
VIAJE. 11:00 h. O por ahí.
Tocó echar mano de la mochila
que llevaba el material de montaña. Nos cambiamos de ropa, de calzado y nos equipamos
para dar un paseo por la Sierra de Libar. El sol pegaba que era un gusto a esas
horas, pero Lobita, en su línea resistente, no se quejaba y caminábamos a buen
paso cruzando los Llanos del Republicano. Le regalé una amapola que encontramos
por el camino, y recogimos un par de cornamentas de cabra que aún conservamos
como recuerdo. Unas dos horas después me
di cuenta de que Lobita iba demasiado colorada. Había pillado una insolación.
Así pues, en previsión de no quedarme viudo antes de tiempo, decidimos regresar
al punto donde dejamos el coche y optamos por programar el banquete.
EL
BANQUETE. 14:30 h más o menos.
Decidimos comer en un
restaurante que se llamaba El Parral, ubicado en Benaocaz, una pequeña
población próxima a Villaluenga. Mientras leíamos la carta, entró acompañada de
su novio, una de las chicas que hicieron de testigo, y se sentaron en otra
mesa. Pensamos que sería un buen detalle invitarles a la comida, así que,
mientras traían la nuestra, me acerqué al cajero para sacar efectivo, pues en
el restaurante fallaba el datáfono.
Conseguí el dinero, pero el
puñetero cajero no me devolvió la tarjeta, así que tuve que realizar la llamada
oportuna para anularla. Por lo demás, comimos estupendamente por un precio
módico. Tras pagar nuestra comida y la de nuestros invitados de fortuna,
emprendimos el regreso a casa.
LAS
CONCLUSIONES.
Al caer la noche, nos metimos
en el catre con una insolación de tomo y
lomo, pero a la vez, con una sensación deliciosamente extraña y con una sonrisa
de oreja a oreja, la misma que mantenemos a día de hoy. Al lunes siguiente
volvimos al trabajo como si nada, y ante la sorpresa de nuestros compañeros,
dimos la buena nueva. El viaje de novios en regla lo aplazamos para más
adelante, porque modestia aparte, en aquellos momentos ambos éramos
imprescindibles en el trabajo.
En definitiva. Los trámites
legales para el casorio los realizó Lobita sin mayores contratiempos, con la
diligencia que la caracteriza, y el coste de los fastos, no superó los 60€ lo
cual da una idea de lo modesto que fue el evento. Y no por eso dejó de ser el
día más señalado de nuestras vidas en común, nada más lejos de eso. Fue nuestro
día con mayúsculas, nuestro día en toda regla, el día que simbolizamos nuestra
decisión de continuar el camino juntos. En realidad, un día que renovamos cada
día, un día que sigue vigente y que adopta una resistencia granítica con el
paso de los años.
Cuando vemos una boda, digamos
con un Rolls, con sus flores y la pompa que rodea a los Rolls, le pregunto a
Lobita ¿Te hubiera gustado más casarte así? Entonces ella sonríe de oreja a
oreja, sus ojos cobran más brillo aún del que ya tienen, y tras hacer un
pequeño silencio, me dice con su bonita sonrisa… no cambiaría nuestra boda por nada del mundo.
Algunas de mis amistades, que
se casaron a lo grande, me han confesado, después de su experiencia, que les hubiera gustado hacerlo como
nosotros, a lo pequeñito, pero que no tuvieron el valor suficiente. El valor de
elegir en libertad, pasando de los convencionalismos y las modas, que llevan a
liar demasiado las cosas, llegando a convertirlas en un suplicio. No digo que
siempre sea así, por supuesto.
En cuanto a nuestro regalo de
boda. ¿Acaso hay algo mejor que darnos el uno al otro? Aquí seguimos, cada día
más unidos y a un módico precio. Porque lo que determina el éxito de una
relación no es la pomposidad de los fastos, sino las ganas de querer a quien
quieres, por los días de los días.