LA MAQUINILLA AMPUTADORA
Cada vez que veo una de estas,
recuerdo aquel día de hace ya más de diez años. Estaba trabajando en el puerto
pesquero de Bonanza, era medio día y el cielo estaba plomizo. Los rederos se
empleaban en remendar sus artes y los marineros en arranchar sus embarcaciones.
En algunas estaban realizando labores de mantenimiento, y fue en una de ellas en donde se produjo la tragedia en la que
involuntariamente me vi implicado.
Estaba yo a lo mío, a unos 50
metros del cantil del muelle, a la altura del surtidor de gasóleo marino, cuando
escuché un griterío y vi a un montón de personas corriendo hacia una de las embarcaciones,
pero al tiempo que llegaban, se echaban hacia detrás, algunas tapándose los
ojos con las manos.
Me dirigí hacia el lugar,
abriéndome paso entre el corro que formaron los que allí estaban, y pude ver en
el centro a un hombre que caminaba tambaleándose y sujetándose la mano derecha
que chorreaba sangre. Sorprendentemente, ninguno de aquellos curtidos tipos se
decidió a acercarse al hombre, quizá impresionados por la escena, así que
decidí tomar cartas en el asunto, constatando la gravedad de las lesiones que
sufría.
Los dedos índice, medio, anular y
meñique de su mano derecha, colgaban semiseccionados a la altura de los nudillos y chorreaba sangre a más no poder. Le sujeté
la mano, se la envolví en un pañuelo y se la mantuve en alto mientras lo
recosté en unas redes. La gente miraba sin reaccionar, tipos curtidos por el
mar bloqueados ante la visión de la sangre humana, así que tuve que meterle un bocinazo
a la peña para que reaccionaran y llamaran a los de emergencias.
Entre tanto llegaban, conversé
con el pobre pescador que me preguntaba cómo tenía la mano, porque no se
atrevía ni a mirar, a lo que yo le respondía con calma y quitándole importancia
al asunto, que no se preocupara, que los dedos podían reimplantarse. Pero yo
sabía que no iba a ser posible porque no se trataba de una amputación por un
corte limpio, sino por aplastamiento.
Le pregunté que cómo había
sucedido, y me contó que estaban montando una de estas maquinillas de arrastre
en su pesquero. Obviamente en su estado no pudo darme muchos detalles de lo que
sucedió, pero después me enteré de que estaban intentando encajarla en unos
pernos con ayuda de una grúa, que tuvieron problemas y por alguna razón
decidieron calzar la maquinilla para soltar los cables y colocarlos de otro
modo. Al hacer la operación, el hombre metió la mano debajo para zafar una de
las bragas justo en el instante en el
que se soltó uno de los calzos, aprisionando la maquinilla su mano. Finalmente
llegó una ambulancia al puerto y se lo llevaron a Sanlúcar de Barrameda donde
debido a la gravedad de las heridas fue evacuado en helicóptero hasta el
hospital de Jerez.
Al cabo de una semana el hombre
regresó y al verme, se acercó a darme las gracias. Como ya supuse, tuvieron que
amputarle los cuatro dedos sin posibilidad de reimplante. Le pregunté que qué hacía
por el muelle recién intervenido, y me dijo que la mar no espera, que había que
comer, y que para comer había que acabar de montar la puta maquinilla… con dos
cojones.
TU relato me ha puesto los pelos de punta, debe estar muy bien escrito Muchas gracias :)
ResponderEliminarMe inclino ante ti, gran hombre.
ResponderEliminarSi este universo tiene ojos, seguro que tendrá en cuenta tu caracter noble para entregarte el lugar que mereces.
En esos momentos como el que describes es cuando se ve la esencia de una persona.
Te admiro...
No hice más que lo que tenía que hacer querido amigo, y tú lo haces por sistema y a una escala mucho mayor. La admiración es mutua compañero.
EliminarLo mío es un trabajo...mi trabajo, mi función.
EliminarNo desmereciendo mi labor, creo que es noble y de admirar cuando se hace de forma instintiva...porque nace de dentro.