La dinámica es la siguiente. Una señora pasea por el parque
a su perra Marilyn, y ésta, al cruzarse con otro perro que acaba de dejar su
impronta de heces en el césped, le olfatea el cerete rematando con unos lengüetazos.
Poco después, Marilyn recibe de su dueña carantoñas y un beso en el hocico, el
mismo que se regodeó en el sieso del otro can.
Por la otra parte, el perro que dejó la impronta escatológica
en el jardín, presumiblemente, como suele ser común en estos tiempos, acabaría
arrastrando el cerete por el sofá preferido de su amo, o de su papá humano,
porque a estas alturas, tal como está el patio, me pierdo en las definiciones.
El lobo que se acercó a los humanos para demandar comida y
cobijo, se convirtió en perro, pagando su precio al ponerse a su servicio. Hoy
día, el ser humano, cada vez en más casos, se pone al servicio del perro,
demandando en él la atención que no encuentra en sus congéneres.
Pero los perros siguen pagando su precio, pues, aunque les
besen el hocico, les hagan cumpleaños perrunos, y les dejen arrastrar el cerete
por el sofá preferido de sus papás humanos, los están desproveyendo de su bien
natural más preciado, el instinto, alejándolos aún más de sus ancestros loberos.
Moraleja: Los lobos van camino de extinguirse por culpa del
ser humano, y el ser humano se autoextinguirá por gilipollas. Adiós lobo.
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