La mañana del 26 de agosto de 1983, cuando salí con la
blanca por la puerta del TEAR, me coloqué mis walkman y escuché este tema de
manera deliberada. No sé por qué, pues yo en el instituto era de francés, no de
inglés, y no entendía ni papa. Lo que son las cosas, ahora no me toca otra que
defenderme como puedo en el idioma del perro inglés, dicho con todo el cariño y
respeto a mis compañeros de trabajo ocasionales, británicos y estadounidenses.
A pesar de la barrera idiomática, la melodía nostálgica del tema
me evocaba algo acorde con lo que dejaba atrás. A mis compañeros de armas,
algunos de los cuales se despidieron de mí con lágrimas en los ojos, mientras
yo les sonreía tragando saliva para evitar las mías... Ay Pedro M. el cabrero
de Algatocín, por dónde andarás, por ejemplo.
Esta canción de The Moody Blues sigue evocándome aquella
experiencia, a pesar de que traducida la letra, nada tiene que ver con lo
experimentado, experiencia que quizá idealizo, pero que volvería a repetir con
toda seguridad junto a los mismos de entonces. Algunos me sugieren que los
busque por las redes, pero prefiero no hacerlo porque con el paso del tiempo
todos cambiamos, unos más que otros, y no quisiera llevarme un chasco, que en
ese sentido ya acumulo unos cuantos sobre quienes fueron de una manera otrora,
y son de otra ahora.
Prefiero recordarlos tal como eran entonces, del mismo modo
que hubiera preferido no traducir la letra de la canción, y seguir imaginándola
como la imaginaba entonces, acorde con lo que sentía en aquella despedida, que
tras el grito de guerra al romper filas por última vez -¡¡Al tarú!!- se tornó
en silencio sepulcral estando ya en el parque Capitán Conforto, silencio que
necesité romper escuchando la cinta.
Va por ellos, donde quiera que estén. Ni unidad ni leches,
para que no me busquen, para que no se lleven un chasco con mi yo actual, para
que me sigan recordando como era entonces, para bien o para mal.