lunes, 10 de junio de 2019


DOBLE RASERO.

De haber sido un camionero que se hubiera llevado por delante a un ciclista, habría sido tratado como un criminal. Hubiera dado igual que el camionero estuviese al borde del agotamiento por una conducción maratoniana impuesta por la empresa de transportes, para atender a la implacable maquinaria de consumo de la que todos somos partícipes. El camionero tendría que haber mantenido la distancia de seguridad al adelantar, el metro y medio de marras, y si no hubiese podido, tendría que haber aguantado los kilómetros o las horas que fueran precisas a rebufo del ciclista, que tiene todo el derecho a circular por la vía, aunque en origen estuviese concebida para llevar mercancías y pasajeros del punto A al punto B, no para el ocio.
A estas horas el camionero habría estado en el punto de mira de los medios de comunicación, señalado como un asesino, y la gente diría, qué criminal, qué impresentable el puto camionero, que le retiren el carné de por vida, ya podía haberse muerto él, que tomen medidas ya.
Pero este no ha sido el caso. Esta vez se trata de alguien que marcaba goles y levantaba copas, que firmaba autógrafos y levantaba pasiones entre los aficionados, un colega de sus colegas y de su afición. Da igual que circulara por la vía pública como un misil por una cuestión de disfrute y puro exhibicionismo. Da igual que reincidiera en esas actitudes negligentes, que se haya llevado la vida de una persona y tal vez la de otra, que viajaban junto a él compartiendo un chute de adrenalina a bordo de un deportivo.  Hubiera dado igual que, en vez de acabar en la cuneta, se hubiese estrellado contra un monovolumen con una familia entera en su interior.
Marcaba goles y levantaba copas, era un héroe de los que se estilan ahora, de los que hacen gestas para sí mismos alimentando el monstruo de su propio ego, y el ego irrisorio de quienes necesitan proyectarse en ellos. Los medios de comunicación, los mismos que señalan implacables a los camioneros criminales, encumbran al “héroe” ensalzando sus gestas deportivas, mientras pasan de puntillas por las causas que han determinado trágicas consecuencias, que podrían haber sido incluso mucho peores. Aunque ya explotarán esa vertiente, porque los de los medios de comunicación son hienas que se alimentan de la carroña del sensacionalismo, y a buen seguro que sacarán partido del luctuoso asunto.
Pero en cuanto a la sociedad se refiere, qué más da un par de muertos, como si hubiesen sido cinco más. Marcaba goles, levantaba copas, no era un vulgar camionero, era un “héroe” y ahora, una leyenda. El doble rasero de una sociedad sin valores, una sociedad capaz de linchar a un trabajador o encumbrar a un deportista por cometer la misma negligencia.
Mis condolencias, pero solo las justas, las estrictamente misericordiosas con cualquier ser humano.

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