CARACENA
Dicen que quien guarda halla, y hurgando por las hojas de un
dietario de mí propiedad del año 1991, hallé esta historia de la que no me
acordaba.
Era martes 26 de noviembre de 1991, y por aquel entonces
trabajaba en una empresa llamada HIDROCARSA, que se dedicaba a trabajos de
topografía e hidrografía a nivel nacional. Según mis anotaciones, aquel día
tocó realizar el levantamiento topográfico de una cañada real conocida como
Cañada del Quejigo, en el término municipal de Alcalá de los Gazules. El equipo
de trabajo estaba formado por uno de los fundadores de la empresa, F. Nuche -
un capitán de navío retirado que llegó a ser subdirector del Instituto
Hidrográfico de Cádiz - por un chaval llamado J. Montiano, y por mí.
El caso es que poco antes de la hora de la comida,
entablamos conversación con un lugareño que pasaba por allí que, al vernos
cargados con los equipos de topografía, se interesó por nuestro trabajo. Era un
señor mayor, 79 años nos dijo que tenía, un personaje muy cordial, lúcido y de
aspecto fuerte como un roble. Le explicamos el trabajo que estábamos
realizando, y aprovechando la virada, le preguntamos si conocía algún lugar
para comer que no estuviese demasiado alejado de la zona de trabajo.
Desplegando toda su amabilidad, se ofreció a invitarnos a comer a su casa, algo
que en principio rechazamos cortésmente, pero insistió tanto, que no tuvimos
más remedio que aceptar.
La casa estaba a unos pocos centenares de metros del lugar
donde trabajábamos, aunque no sabría ubicarla después de tanto tiempo,
pues no lo detallo en el dietario. El caso es que se trataba de una pequeña
casa de campo al uso de lo que se estilaba por allí, estas de anchos muros de
piedra encalada, techo a dos aguas de tejas, y una parra que daba sombra a una
pequeña terraza que había en la parte delantera. Entonces el buen hombre nos
contó una anécdota que nos llamó mucho la atención.
Resulta que aquella casa había sido hasta hacía poco, un
antiguo ventorrillo conocido como “Caracena”, hasta ahí nada fuera de lo común
salvo que el nombre era un poco inusual, pero tenía su razón de ser. Nos contó
que en la primera mitad del siglo XIX, el famoso bandolero Pepe el Tempranillo,
acompañado de algunos de sus hombres, apareció por el ventorrillo y pidieron de
cenar. No se sabe si por un casual o por una denuncia, al poco aparecieron los
migueletes, aquellos soldados a los que tuvo que recurrir el rey Fernando VII
para combatir el bandolerismo.
Evidentemente, cuando irrumpieron los migueletes en el ventorrillo,
se entabló un tiroteo entre estos y los bandoleros que tuvieron que salir
arreando, sin especificarnos si hubo o no bajas en cualquiera de los dos
bandos. El caso es que aquel enfrentamiento le dio la cena a más de uno, sobre
todo a los bandoleros, razón por la cual al ventorrillo se le quedó el nombre
de “Caracena” por eso de que resultó una cena bastante cara.
Aquel hombre nos puso de comer un buen par de huevos fritos
con chorizo, pan de leña y agua fresca de pozo. Según mis anotaciones, nos supo
a gloria, y dudo que hoy día se pueda comer algo tan genuino como entonces, me
refiero a la calidad. También anoté que en la casa había un pequeño patio en el
que correteaba un pollo que solo tenía una pata, pero no parecía echarla de
menos.
Aquel hombre, gentil como nadie, rechazó nuestro intento de
abonar la consumición. Era hombre de palabra, de orgullo sano, de una casta
extinta, todo un señor, y se negó en redondo a cobrarnos nada porque lo
consideraría como una ofensa.
En la actualidad, por lo que he podido ver en internet,
existe una venta que se llama “Caracena”, y que está más o menos por la zona en
la que trabajábamos en aquellas fechas, pero después de 26 años dando
volteretas por el país, no reconozco en lugar. Tampoco me suena para nada la
casa que aparece en las fotos, lo cual no es de extrañar, porque la que yo
conocí ya estaba al borde de la ruina. Al parecer cambió de propietario en el
año 2000, nueve años después de aquella entrañable experiencia.
Lo que sí he encontrado es una alusión a por qué la venta se
llama “Caracena”. La versión, más común que la que nos relató aquel buen
hombre, habla de dos viajantes que pararon en la venta y que se pelearon por
unos huevos fritos con papas, acabando la reyerta con la muerte de uno de ellos.
Alguien de la venta comentó “cara le costó la cena” y de ahí lo de “Caracena”
Pero qué queréis que os diga, yo me quedo con la versión de
aquel señor cuyo nombre no llegué a anotar, lo cual lamento horrores. Era un
señor por derecho, y dudo que nos mintiese, además, me resulta mucho más
plausible una escaramuza entre migueletes y bandoleros, que una pelea a muerte
por unos huevos fritos con patatas. Me fío de aquel señor, lúcido y fuerte como
un roble pese a su edad, me fío más de él que de lo que se pueda encontrar por
internet, y me fío de mi dietario, un acierto ese de escribir a diario, porque
de otro modo no recordaría muchas historias, o si las recordase, acabarían
distorsionándose o diluyéndose en la memoria, y en algunos casos sería una
pena.
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