A LA CAZA DEL FLAMENCO ROSADO
Parece fácil ¿Verdad? Una persona
podría ver estas fotos y pensar, bueno, son unas fotos normalitas,
probablemente tomadas desde un cómodo mirador, con un teleobjetivo normalito,
pero con bastante alcance. Habrá estado sentado tomándose un refresco mientras
que esperaba pacientemente a que esas
recelosas aves pasaran por delante, o lo mismo son flamencos en cautividad,
anillados y muy sociables… Pero va a ser que no.
Resulta que para tomar estas
fotos, lo primero que tuve que hacer fue localizar la bandada de flamencos
rosados, y dar un enorme rodeo, ya que si iba directo hacia ellos, al detectarme se irían apartando discretamente
hacia la orilla opuesta, porque estas aves, al menos las de por aquí, no están
acostumbradas a la presencia humana y se apartan al mínimo indicio de amenaza.
Tuve que poner en práctica las técnicas del cazador
furtivo, considerar la posición del sol para ser menos visible a las aves, la
dirección del viento, para que los sonidos de mis pasos fueran menos audibles,
y tuve que reptar literalmente entre la maleza que rodea la Laguna Salada,
bastante tupida por cierto. No es que fuera camuflado al cien por cien, llevaba
ropa verde y una gorra mimetizada, pero nada de redes para deformar la silueta,
ni la cara tiznada, ni un gorro con forma de pato, o cosas de ese tipo.
El caso es que para llegar a
estar a tiro de piedra de los flamencos y al alcance razonable de lo que es un
200 mm modesto y poco luminoso, tuve que emplearme a fondo y enfangarme literalmente.
La vegetación era tan espesa, que dudé
si llegaría a la orilla sin ser oído por las recelosas zancudas. Pero tenía
claro que como no tendría oportunidad alguna, era no intentándolo.
Cuando inicié la aproximación
final, tuve que reptar unos 50 m. Sabía que estaban al otro lado de los juncos,
pero no podía distinguirlos. Tampoco los escuchaba, lo cual era buena señal,
pues indicaba que no habían detectado mi presencia. Cuando detectan una
amenaza, los flamencos emiten un
graznido característico a modo de aviso. En los últimos metros los vi a través
de los juncos, de espaldas, distraídos acicalándose el plumaje… los pillé en
bragas.
Como esperaba que me descubrieran en cualquier momento, me
aseguré los disparos colocando el selector en auto y modo ráfaga, porque no es
una situación en la que te puedas entretener en hacer mediciones de luz. Era un
escenario con demasiados contrastes de luces y sombras. Lo que sí tuve que
hacer mientras estuve entre los juncos, fue enfocar manualmente porque, con
tantas ramas por medio, el enfoque auto se vuelve loco, y podría acabar
enfocando un junco en vez de un flamenco.
Una vez me aseguré algunas tomas
entre los juncos, decidí levantarme, colocando previamente el enfoque en modo
auto, porque sabía lo que iba a ocurrir en cuanto me vieran asomar… la
estampida.
Efectivamente, fue asomar la
cabeza, y ni si quiera graznaron. Aquello se convirtió en un pelícano el
último, y emprendieron un frenético despegue tipo scramble, mientras yo me lie
a disparar en modo ráfaga en plan que salga lo que sea, y esto fue lo que
salió.
No son unas fotos del otro mundo,
por tanto no es ese el valor que les doy. El valor que para mí tienen va más en
la línea de la vida…es eso, me sentí vivo, un animal más de esa fauna, un
animal al acecho, reptando, escudriñando, oliendo, respirando… viviendo
intensamente. Tanto que olvidé todos mis problemas.
Quizá, si hubiera tenido un 600
mm de óptica fija y f4 de apertura, y hubiera estado apostado en un mirador,
sentado en una silla con un termo de café al lado, habría realizado unas fotos
magníficas, y seguramente estarían mejor valoradas por el público en general,
pero no sé… Dudo que me sintiera tan satisfecho, pues son las vivencias lo que
en definitiva nos satisfacen, y la que tuve ayer tarde me dejó una sonrisa de
oreja a oreja que no se corresponde con el estado de ánimo que sería normal
teniendo en cuenta el panorama que tenemos.
Quizá sea esa la clave de la
salud mental, vivir la vida del modo más natural posible, sintiéndose una
criatura de la naturaleza, en vez de
sentirse el elemento, en mi caso, por lo que se ve obsoleto, de un sistema
infernal creado para el beneficio de unos cuantos.
JM Arroyo
Dedicado a mi amigo Víctor
Crespo, al que llamé por teléfono después de la experiencia, porque sabía que
entendería mi entusiasmo, del mismo modo que entendí el suyo, porque ese mismo día, él se echó al
monte y ascendió hasta una cima nevada en plena ventisca cual zorro del ártico.
Magnífico........no solo texto, también las fotos.
ResponderEliminarSois dos jinetes fantásticos.
Besos