Los Caños de Meca, el Santorini de Cádiz... Eso vocean los
medios de comunicación, vendiendo las maravillas venidas a menos del lugar
debido a la proliferación de las hordas turísticas. Como no está
suficientemente masificado el sitio, nótese la ironía, al menos tanto como
Santorini, echan más leña al fuego para acabar de arrasar el lugar. Además, lo venden como el paraíso jipi. Es
como si un paisano de Tromsø, más allá de la latitud 69, se identificase como flamenco por el mero
hecho de comprarse un disfraz de cordobés fabricado en Sri-Lanka. Pues lo
mismo, pero con la ropa jipi en su variante pija, para ir a juego con esa nueva
modalidad de hacer camping, en la que ofrecen las comodidades de la vida urbanita en el
interior de una réplica naif de una tienda de campaña, a precios por noche que no podría pagar un
jipi de caravana sin papeles en toda su psicodélica vida.
De lo que no hablan los medios de comunicación, es de cómo han
esquilmado los recursos hídricos de la zona de Zahora y Caños de Meca. Lo
pusieron de moda los de la farándula, en plan esto es el paraíso, os invito a
mi casa guai con balinesa y piscina de agua de pozo frente al Gibraltar Strait, lugar mágico que
te rilas sobre todo cuando le pegamos a la maría a la hora del sunset y más
allá de la madrugá. Fluir, lo llaman los
hideputas.
Tampoco hablan de que los réditos del turismo masivo se lo
llevan los cuatro de siempre, los que tienen los contactos políticos
adecuados necesarios para que les otorguen los permisos para montar el
fructífero negocio, y que los camareros, los encargados del mantenimiento, los
camaristas y demás tropa de base, siguen cobrando una miseria echando más horas
que el reloj de la Catedral de Salisbury y durmiendo hacinados donde pueden,
porque los alquileres en la zona son prohibitivos.
No refieren el impacto medioambiental que está generando la expansión
urbanística, ni de cómo las mafias del narcotráfico aprovechan para instalarse
en la zona comprando casas y negocios para blanquear dinero mientras la coca
fluye con más caudal que el agua por el Santorini de Cádiz.
El paraíso que fue otrora y que tuve la suerte de conocer relativamente virgen,
cuando la carretera de la Breña era una pista forestal, ha sido convertido en
un estercolero incluso desde el punto de vista de la calidad humana, cualquiera que haya conocido aquello antes de
que mancillaran su virginidad lo sabe. Preguntad a los lugareños con cierta
edad, la mayoría ya desterrados de la Santorini de Cádiz, como si el paraje no
tuviera identidad propia y necesitara pedir prestado el título a la isla griega
de los cojones.