sábado, 3 de noviembre de 2012


MARCEL SALIÓ A COMPRAR TABACO

Marcel debía estar demasiado aburrido  confinado en ese pétreo receptáculo, por muchas flores que le llevasen de vez en cuando. Así que arrancó la puerta y tiró de sus huesos para ir a comprar tabaco al estanco de la plaza Jeanne d´Albret en Salies de Béarn.

Bon soir Jean Claud, donne vu un paquet de Celtas recotés sin filtro del otre coté de la frontiere… dijo dirigiéndose al estanquero.

Pero Jean Claud, como que no se dio por aludido. Así que Marcel volvió a repetir la frase sustituyendo el nombre de Jean Claud por un “ tú, estanquero cabrón”… Pero nada.

Marcel cayó en la cuenta… era un difunto y la única manera de que el estanquero notase su presencia era provocando esa sensación de corriente de aire frío que dicen que se produce cuando el espíritu de un difunto pasa junto a los que aun seguimos disfrutando de un corazón palpitante. Pero en el puñetero Salies de Béarn hay tanta humedad, que el frío que irradiaba el pobre Marcel, como que no se hacía notar, y el jodido Jean Claud seguía sin percatarse de que su difunto ex cliente estaba allí.

 Además… ¿con qué pensaba pagar Marcel? Los muertos se van  al hoyo sin dinero porque es  de lo primero que se ocupan sus herederos, de quitarles el dinero y los bienes como aves de rapiña.

En vista de que Jean no se percataba de la presencia de Marcel y de que no tenía claro cómo iba a pagarle, decidió intentar coger, no ya el paquete, sino un par de cartones de tabaco que se convirtieron en invisibles para los mortales en cuanto los tocó. Gratamente sorprendido, descubrió que podía coger cuanto desease y llevárselo a su espectro sin que nadie lo notase.  Invisiblemente satisfecho, salió por la puerta mientras escuchó exclamar a Jean Claud decir…  ¡¡¡Mérde…  qui sa ouvlié de fermé la porte¡¡¡

Marcel caminaba con sus cartones de tabaco por la rue de Saint – Martín de vuelta al cimitiere para regresar a su boquete, pero pensó que si podía coger tabaco, lo mismo podía tomarse un mojito en la Habana, total, tenía toda la eternidad para llegar hasta allí, así que el difunto decidió no volver a su sepulcro y se marchó a Cuba.

Al día siguiente Gerard, el sepulturero, se encontró con la faenita de la puerta caída en el panteón de Marcel, y pensó… Otra vez los gamberros perturbando la paz de los muertos… mon Dieu.

Lo que no sospechaba Gerard  es que el que se la había cargado  había sido el difunto Marcel,  que a esas horas estaba en el Tropicana bailando un guaguancó con una tremenda mulata difunta, con el cuerpo incorrupto por el vudú.

 Cuando me muera quiero ser como Marcel…

2 comentarios:

  1. Buscame por la Habana cuando llegue ese momento, o me esperas o te espero...

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  2. Me gusta la idea de que sean los mismos difuntos los que se carguen sus estancias, y no los vándalos.
    Me gusta cómo mezclas la supuesta negrura de la muerte con el humor.

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